Por qué este año fue el peor para las bolsas del mundo desde la crisis de 2008
El año comenzó con euforia en los mercados financieros. Si 2017 había sido excepcional, 2018 prometía ser aún mejor. El índice Dow Jones, que promedia el rendimiento de las compañías líderes que cotizan en Wall Street, alcanzó un récord histórico de 26.616 puntos el 26 de enero. Había crecido más de 34% en 12 meses.
El éxtasis no se limitaba a Estados Unidos. En Europa, el EURO STOXX 50, que computa a las principales firmas que juegan en las grandes plazas del continente, estaba en 3.647 puntos, apenas por debajo del récord posterior a la crisis de 2008.
Lo mismo ocurría en las bolsas asiáticas. El Nikkei 225, de Japón, alcanzó el 23 de enero los 24.124 puntos, el máximo en casi 30 años. El Índice Shanghai Composite, de China, llegó a 3.559 el 24 de enero, su punto más alto desde 2015.
Pero la tendencia se cortó, y de manera abrupta. El derrumbe comenzó en febrero y se profundizó en marzo. En sólo dos meses, el Dow Jones perdió más de un 13% y quedó por debajo de los 24.000 puntos. El EURO STOXX 50 sufrió una caída similar, y llegó a 3.298. El Nikkei 225 cayó casi 15% y terminó en 20.617. El Shanghai cedió 13%, hasta 3.152.
Durante seis meses, en Nueva York y en Tokio ganó terreno la hipótesis de que sólo había sido un tropezón después de tanta vertiginosidad. Las cotizaciones comenzaron una sostenida remontada y en octubre lograron recuperar todo lo perdido. El Nikkei alcanzó el 2 su pico anual, 24.270 puntos, y el Dow Jones rompió el 3 su techo histórico, con 26.828.
Sin embargo, la suba no fue más que el preludio de un nuevo desplome, mucho más profundo que el anterior. Tras varias semanas de altibajos, la debacle se produjo en la previa de navidad. La bolsa de Nueva York sufrió la peor sesión de nochebuena de la que se tenga registro: perdió 2,91% en un solo día y terminó en 21.792, su nivel más bajo desde el año pasado.
Lo mismo le sucedió al Nikkei, que acabó en 20.014, mínimo desde abril de 2017. Europa y Shanghai, que no habían regresado a los números de enero, siguieron rodando por la pendiente. El EURO STOXX quedó en 2.986 puntos después de navidad, el peor resultado desde 2016, y Shanghai terminó la semana en 2.493, el mínimo en cuatro años.
Es cierto que el Dow Jones tuvo un rebote importante el miércoles. Ganó más de mil puntos en una jornada —algo inédito—, y cerró el viernes en 23.062. No tan mal como en nochebuena, pero muy por debajo de como había empezado el año.
La relación entre los mercados financieros y la economía real nunca es lineal. Pero estos temblores, que en parte son consecuencia del temor de los inversores por el futuro económico global, prenuncian un 2019 mucho más difícil de lo que se podía esperar un tiempo atrás.
La caída que sucede al auge
«La evolución del mercado este año dependió de lo rápido que había crecido tras la elección de Trump. En cierta medida, está bajando de un período de espíritus animales optimistas. Se creía que los recortes impositivos y la actitud pro empresarial de Trump y de los republicanos iban a incrementar las ganancias para los más ricos. Así que durante unos meses hubo una euforia que se montó sobre la notable alza que siguió a la gran crisis financiera, que estuvo impulsada por los grandes bancos centrales en la era Obama», explicó Gerald Epstein, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts en Amherst, consultado por Infobae.
Si bien la reforma tributaria que aprobó el Congreso el año pasado dio un estímulo significativo para el sector privado, el efecto se fue licuando. Además, algunas decisiones tomadas recientemente por la administración Trump despertaron muchos interrogantes sobre los resultados de su programa económico.
El tema más sensible para el mundo de las finanzas es la guerra comercial con China. Trump, que llegó a la Casa Blanca con una retórica proteccionista, no había tomado medidas concretas en ese sentido durante su primer año de gobierno. Pero en marzo comenzó la arremetida.
El primer día hábil del mes anunció la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio. Xi Jinping respondió de inmediato con tarifas a productos estadounidenses por 3.000 millones de dólares, y así comenzó una serie de acciones y reacciones que se extendió a lo largo del año.
En un encuentro bilateral que mantuvieron el 1 de diciembre en Buenos Aires, en el marco de la cumbre del G20, Trump y Xi acordaron una tregua que esperanzó a los mercados. No obstante, las denuncias de Washington contra Beijing por espionaje comercial, y la detención en Canadá de Meng Wanzhou, vicepresidenta de Huawei, terminaron diluyendo el clima positivo que se había generado.
«En un nivel muy básico, el precio de las acciones está determinado por las ganancias de las empresas y la disposición de los inversores a correr riesgos. Los ingresos de las firmas fueron bastante buenos en 2018, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Las expectativas para 2019 decrecieron en los últimos meses, especialmente en otros países, pero no lo suficiente para explicar el declive del mercado. Claramente, los inversores se pusieron nerviosos ante la posibilidad de una recesión global. Preocupa que la política monetaria estadounidense se endurezca demasiado rápido y que haya disrupciones en el comercio mundial», dijo a Infobae el economista Eric Zitzewitz, profesor del Dartmouth College.
La Reserva Federal de Estados Unidos se convirtió en un gran propalador de dudas. Tras varios años de tasas reales negativas como medida de estímulo para salir de la Gran Recesión, la Fed comenzó con una activa política de suba de tasas a fines de 2016. La semana pasada llevó a 2,5% la más alta.
«Para evitar la caída en una gran depresión después de la recesión, los banqueros centrales del mundo, liderados por la Fed, se comprometieron con un inédito programa de flexibilización cuantitativa: la compra de activos financieros para hacer subir sus precios y mantener bajas las tasas de largo plazo. Como resultado, se infló el precio de todos los activos, incluso de bonos basura, que a principios de 2018 tenían rendimientos comparables a bonos del Tesoro. Entonces la Fed comenzó muy lentamente a desacelerar la flexibilización cuantitativa en 2017, y la desarmó en 2018, a la vez que empezó a subir la tasa de los fondos federales, para suavizar el aterrizaje y crear un colchón monetario ante la casi segura recesión que llegará en uno o dos años», afirmó el economista Mahmoud El-Gamal, profesor de la Universidad Rice, en diálogo con Infobae.
Jerome Powell, titular de la Fed, advirtió en su última presentación que los aumentos de tasa serían más moderados en 2019, pero no logró tapar el ruido. La suba impacta en las hipotecas y en los créditos para el consumo de bienes durables, lo cual afecta el crecimiento. El organismo entiende que, si no lo hace, el golpe a futuro podría ser aún más duro.
Cuando la política contagia a la economía
Las incógnitas que surgen ante esta encrucijada económica se potencian por los impetuosos manejos de Trump. El ejemplo más claro es el cruce que viene manteniendo con la Reserva Federal. A diferencia de sus predecesores, que evitaban cuestionarla para preservar su independencia, la critica abiertamente.
«El único problema que tiene nuestra economía es la Fed», escribió este lunes en su cuenta de Twitter. «Ellos no tienen una idea sobre el mercado, no entienden las guerras comerciales o la fortaleza del dólar». Esas palabras habilitaron todo tipo de especulaciones periodísticas. La más grave, que el Presidente podría llegar a desplazar a Powell, algo que fue desmentido por la Casa Blanca.
«Lo que realmente comenzó a alarmar a los espíritus animales es el tono nacionalista y caótico de la política que proviene de Estados Unidos y que está estallando en todos lados—dijo Epstein—. Trump, que se presenta como ‘el Hombre Arancel’, no es idealmente el más indicado para promover la creación de riqueza capitalista en un mundo dominado por corporaciones multinacionales y cadenas globales de valor. Su administración está introduciendo caos en la política económica al atacar a la Fed con una vehemencia a la que no están acostumbradas las finanzas. Lo único peor para el mercado que la suba de las tasas es la reacción de Trump».
Para terminar de enturbiar el fin de año, el Congreso estadounidense no pudo acordar el presupuesto a tiempo y el Gobierno Federal quedó paralizado. La causa del conflicto es la negativa de los demócratas a aceptar la exigencia presidencial de destinar más de 5.000 millones de dólares a la construcción del muro en la frontera sur. El cierre de la administración podría extenderse varias semanas.
«El país ha experimentado un incremento sostenido de la conflictividad política, como se ve en el reciente cierre del gobierno, que fue el tercero del año, y en la incertidumbre asociada a la guerra comercial. Estos eventos crean vacilaciones y son un lastre para la economía y para los mercados financieros. Las compañías hacen planes de inversión para el futuro y necesitan saber con cierta certeza cómo será el entorno enfrentarán. No ayuda desconocer las reglas que van a prevalecer, los aranceles que se van a aplicar entre los países, y si el gobierno podrá reaccionar ante los shocks», dijo a Infobae Francesco Bianchi, profesor de economía en la Universidad Duke.
En ese contexto, también hizo su aporte Stephen Mnuchin, secretario del Tesoro. En un fallido intento de dar tranquilidad al mercado, mantuvo conversaciones con los CEOs de los seis mayores bancos del país y luego informó a través de Twitter que le garantizaron que cuentan con «suficiente liquidez». Obviamente, al aclarar algo que nadie le había pedido que clarifique, logró el efecto contrario al que buscaba y precipitó la debacle de nochebuena.
«El resto del mundo no está en una situación mejor —continuó Bianchi—. Europa está sufriendo por el Brexit y por la falta de claridad sobre el futuro de la eurozona y de la Unión, con países como Italia, tentados de romper la disciplina fiscal, y otros preocupados por el flujo de inmigrantes. Además, China se encontró con una ralentización que, en gran medida, era esperada».
La economía global y un panorama que se ensombrece
«Cuando un período de expansión económica y un boom de mercado se alargan, tiende a haber una creciente cavilación sobre la posibilidad de que haya una recesión. Este tipo de incertezas suele reflejarse en los mercados financieros. Cuando a eso se le suman los reparos que hay en el mundo con la estrategia comercial del gobierno estadounidense, así como con su política fiscal expansiva y procíclica, y con sus críticas a la Fed, no sorprende el nerviosismo bursátil. Considerando los antecedentes, no hay razones para esperar que la situación mejore en 2019. Creo que van a continuar la incertidumbre y la volatilidad», afirmó Craig Burnside, titular del Departamento de Economía de la Universidad Duke, consultado por Infobae.
Ya se sienten los primeros síntomas de una economía que entró en una fase bastante menos apacible. Para empezar, se están haciendo visibles las heridas causadas por la guerra comercial. En diciembre se conoció que, contrariamente a lo que buscaba Trump, el déficit comercial de Estados Unidos llegó en octubre al máximo en una década, 55.500 millones de dólares.
Es más, el saldo negativo con China aumentó un 7,1 por ciento. Una de las causas es que las exportaciones cayeron 0,1 por ciento. Como Beijing impuso aranceles a la soja norteamericana, las ventas disminuyeron 46,8 por ciento.
China, que había sido la gran locomotora del mundo en la primera década del milenio, no escapa a esta tendencia. Tras un 2017 con un crecimiento económico que escaló de 6,7% a 6,9% en relación a 2016, cerrará este año con una leve desaceleración, que se profundizaría el próximo. Según la Academia de Ciencias Sociales, 2018 culminaría en 6,6% y 2019 en 6,3 por ciento.
«Hay motivos para creer que podríamos ver algunas crisis económicas menores en algunas partes del mundo —dijo Epstein—. Una de las razones es simplemente que, como decía el gran historiador económico Charles Kindleberger, hay una crisis cada siete u ocho años. Y de hecho estamos viendo mucha fragilidad en algunos países en desarrollo y en mercados emergentes, como en Argentina y en Turquía. Pero difícilmente estos casos lleven a una gran crisis global».
Aunque sin llegar a una recesión generalizada, las estadísticas disponibles anticipan una menor expansión de la economía internacional. La semana pasada el Comité Monetario de la Fed redujo la proyección de crecimiento de Estados Unidos para este año de 3,1% a 3%, y de 2,5% a 2,3% para 2019. Por su parte, el FMI recortó su previsión de incremento del PIB global en 2019 de 3,9 a 3,7 por ciento. Christine Lagarde dijo que en enero podría haber una nueva revisión a la baja.
«Un colapso mundial como el de 2007—2008 no sucede muy seguido. La vez anterior había sido en los 30, así que uno no esperaría que 2019 sea tan malo. Las tasas de interés siguen siendo bajas, los gobiernos tienen grandes déficits presupuestarios que bombean estímulos a la economía, las innovaciones tecnológicas se suceden rápidamente, y las ganancias son elevadas en muchas industrias. Por más que haya una ralentización, que parece lo más probable, no debería llevar a una crisis importante», sostuvo Epstein.
De todos modos, el panorama es aún demasiado incierto como para descartar de plano la posibilidad de una caída más profunda. Entre otras cosas, dependerá mucho de cuáles sean las señales políticas que den las grandes potencias en los primeros meses de 2019.
«Si el declive que se vio al final de 2018 se acelera el año que viene, serán más severos los efectos del desvanecimiento de la riqueza financiera sobre la economía global. A la inversa, si los mercados continúan avanzando o cayendo levemente a medida que atravesamos la inevitable recesión en un futuro cercano, entonces, y solo entonces, sabremos que resistimos la tormenta de una década de la Gran Recesión con un daño mínimo. Hay múltiples factores económicos y políticos que pueden contribuir para modelar las expectativas hacia uno u otro escenario», concluyó El-Gamal.
Fuente: infobae.com