La carrera por encontrar una vacuna contra la COVID-19 ha trascendido el interés médico para incluir también un enfoque geopolítico
en el que Rusia y China, con sus potentes institutos públicos, pugnan con las farmacéuticas privadas de Occidente
tejiendo nuevas alianzas que van más allá de los socios tradicionales de estos países.
La carrera global incluye a más de 200 fórmulas en desarrollo, de las cuales 60 ya están en fase de estudios clínicos
pero la mirada está puesta en un puñado de vacunas que ya ha recibido autorizaciones de entidades sanitarias gubernamentales.
Xi Jinping y Vladimir Putin se han apresurado con vacunas que no solo lanzaron con rápido para inocular a su población
(el líder ruso hizo el anuncio hace casi seis meses, el 11 de agosto)
sino también para utilizar como herramienta clave para exportar, dejando en claro que la carrera científica tiene además un pulso político.
En ambos casos, en un principio se observaron con recelo la falta de datos científicos, pero esta semana la revista
The Lancet ya avaló que la Sputnik V rusa tiene una eficacia de 91,6 por ciento.
Mientras tanto, los países de menores ingresos, muchos de ellos severamente afectados por la pandemia, siguen con atención este tablero de disputas.
Algunos de ellos, aunque tuviesen el dinero, han visto cómo los estados más ricos acapararon el mercado de las primeras vacunas aprobadas
como las de Pfizer/BioNTech, Moderna y Oxford/AstraZeneca.
Ante este panorama, China y Rusia
emergen como la única esperanza para los mandatarios presionados por un electorado que exige gestiones eficientes. (I)