A 33 años de la masacre de Tiananmen
Desde el 15 de abril de 1989, Beijing –antes Pekín–, la capital y corazón del Celeste Imperio, es un volcán.
Y el cráter en erupción es la Plaza de Tiananmén (o Puerta de la Paz Celestial: en ese punto, nombre de sangriento contraste)
una de las más grandes del mundo: 440 mil metros cuadrados rodeados de puentes, ríos de aguas doradas, lotos, silencio monacal.
Un mundo feliz… a punto de explotar.
Marchan hacia su centro desde intelectuales que acusan de corrupción al Partido Comunista, hasta trabajadores citadinos a quienes
las reformas económicas –la China capitalista con sayo rojo– han arrojado a la inflación y el desempleo.
Pero Deng Xiaoping, líder de la República Popular China desde 1978 casi hasta su muerte, en 1997, llamado “el pequeño timonel”
por su habilidad política y su pequeña estatura (1,52), se opone al trasfondo de la protesta: una China democrática…
Los días y noches sucesivos, hasta el 4 de junio, son como un globo que sobrepasa su capacidad de contener aire, y explota.
En este caso, el detonante es la muerte (estaba muy enfermo) de Hu Yaobang, ex secretario general del Comité Central del Partido Comunista
expulsado del gobierno por Deng Xiaoping en febrero de 1987 como respuesta a las protestas estudiantiles de ese año.
Para sus seguidores, un duelo difícil de sobrellevar…
El llamado a la huelga en las universidades no se hace esperar. Sus líderes lanzan una consigna:
«Somos patriotas chinos, herederos del Movimiento del Cuatro de Mayo por la Ciencia y la Democracia«.
Demasiado para una dictadura de hierro.
En realidad, la Plaza de Tiananmén había albergado un episodio justo e ilustre: en 1976, las protestas lograron la expulsión de la corrupta
“Banda de los Cuatro”, con Madame Mao a la cabeza.
Pero Deng Xiaoping no está dispuesto a avanzar más allá de las medidas de libertad de mercado y desregulación estatal.
Lo demás, la reforma del Estado, la batalla contra la corrupción política, los juicios justos de los prisioneros por cometer delitos
la libertad de prensa y la democracia plena…, son una utopía desvanecida entre sedas y nubes de opio…
Cientos de estudiantes empiezan una huelga de hambre.
El eco llega a Ürümki, Sahghái, Chongquing, Hong Kong, Taiwán, y a las comunidades chinas de los Estados Unidos y Europa.
Ola enorme. El 4 de mayo, más de cien mil estudiantes y obreros marchan hacia Beijing y piden diálogo con el poder.
Respuesta previsible: ¡no!
Nueve días más tarde, grandes grupos de estudiantes copan la Plaza de Tiananmén, y a lo largo de una semana se someten a la huelga de hambre.
Polvorín: muchos cantan La Internacional (apoyo al comunismo chino), otros embadurnan de tinta retratos de Mao
y hay casos de muerte por hambre: inmolación…
Es urgente acabar con eso. Pero, ¿cómo?
Mientras los líderes políticos vacilan entre disolver la revuelta a media máquina o a todo vapor, un grupo de ancianos del Partido Comunista
temiendo que el desorden fuera una réplica del caos de la Revolución Cultural, ordena
represión total con mano dura. Mejor una matanza que un desorden…
Súbitamente, tropas y tanques de las divisiones 27 y 28 del Ejército Popular avanzan hasta tomar el control de la plaza y la ciudad.
Por megáfonos, el gobierno ordena a todos los civiles que se queden en sus casas
¡mirando televisión! Como niños… Pero no todos acatan esa opción denigrante. (I)
Fuente: evafm.net